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Vio a lo lejos dos caballos que pastaban en el campo. Silbó dos veces con fuerza y una mancha negra empezó a acercarse a ella a toda velocidad y aminoró la marcha cuando llegó junto ella.

— Buenos días para ti también Altai.

Le dijo tras un resoplido y dos golpes en el suelo con la pata por parte del caballo. Totalmente negro a excepción de las patas, cuatralbas hasta la mitad de ellas. Robusto y elegante. Lo había criado su padre pero Norah lo había domado. Era un animal precioso. Le dio una manzana que había en un cesto y mientras el animal estaba entretenido se acercó al cobertizo a coger la silla de montar y la cabezada con las riendas. Tras ajustarle todo se subió a él y le susurró al oído “Hoy iremos a ver a papá”. Automáticamente el caballo giró sobre sí mismo y empezó a caminar hacia el campo de donde había venido.

Desde la muerte de su padre, Norah no había visitado su tumba, pero no se le ocurría otro sitio mejor dónde leer la carta. Fue un viaje tranquilo de varias horas. No galoparon en ningún momento, simplemente fueron disfrutando del paisaje. Atravesaron los campos de árboles frutales de los cuales Norah fue cogiendo manzanas, peras y algún melocotón que fue guardando en la bolsa. Luego pasaron por el viñedo donde las uvas empezaban a salir. El sol estaba en lo alto del cielo cuando llegaron a la base de la montaña. Habían dejado atrás todo el verde de los campos y ahora entraban en una zona rocosa. Norah desmontó y acarició el cuello del caballo.

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