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Belsasar despreció la misericordia y la gracia de Dios, extendida a la casa real de Babilonia desde el tiempo de Nabucodonosor. La gracia de Dios también les fue extendida a nuestros ancestros, pero ese no es el caso. El caso es si nosotros hemos aceptado la gracia de Dios en nuestro favor y hemos ajustado nuestra vida según ellas, en vez de volvernos a nuestros caminos. Dios quiera que el ejemplo insensato de Belsasar nos evite hoy caer en caminos similares.

Hay lecciones concernientes al juicio en este capítulo. Dios lleva las cuentas de las naciones y los individuos. Babilonia y Belsasar fueron pesados en la balanza del juicio y fueron hallados faltos (vers. 27). En un extremo de la balanza se colocaron la misericordia y la justicia de Dios; en el otro, la rapacidad, violencia y orgullo de Babilonia y Belsasar. La misericordia de Dios sobrepasaba con mucho el orgullo de Belsasar, pero él escogió no aceptar esa misericordia. El juicio no es un tema popular en el mundo moderno. Por lo menos, no los juicios de Dios. Queremos nuestra debida porción de justicia en la corte, pero cuando se trata de enfrentarse a Dios, preferiríamos un Dios que no nos llame a cuentas. Preferiríamos evadir nuestra responsabilidad moral a toda costa si fuera posible. El tema del juicio divino no era más popular en el tiempo de Daniel, Jeremías o Ezequiel de lo que es en nuestros días. Si los profetas del Antiguo Testamento nos enseñan algo, es que en todas las edades una porción significativa del pueblo de Dios ha tratado de evadir su responsabilidad moral y así escapar del juicio de Dios.

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