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Jesús ilustró este mismo elemento en su parábola del hombre rico que derribó sus graneros para construir otros mayores. Este hombre vivía su vida según el principio de la avaricia. Quería establecer más y más empresas. Entonces llegó la fatídica noche: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma” (Luc. 12:20). Esa era también la condición de Belsasar. También podría ser la nuestra, pero no necesita ser así.

En el otro extremo, vemos el ejemplo espiritual de Daniel. Permaneció de pie delante del rey confiado en el Dios a quien servía. Había recibido la palabra del Dios viviente, por lo tanto no necesitaba temer a la palabra de ningún rey, sin importar cuán poderoso fuera. Bien fuera distinguido con altos cargos (como lo fue por Nabucodonosor y Belsasar) o echado al foso de los leones (como lo fue por Darío) la fe de Daniel y su confianza en Dios permanecieron sólidas. Poco importaba a Daniel si los babilonios o los persas controlaban el mundo. Tales detalles no alteraban sus hábitos de oración o su integridad personal en lo más mínimo. Independientemente de cómo soplaran los vientos políticos del mundo, Daniel permaneció como la brújula al polo, fiel a su deber y a su Dios. Nuestro ejemplo a seguir en el capítulo 5 no es Belsasar, sino Daniel. Belsasar provee una advertencia de un camino que no debemos seguir; Daniel señala el sendero de la fe y la confianza que nos lleva al reino de Dios.

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