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No estamos hablando de críticas literarias sobre Cormac MacCarthy o críticas musicales sobre Max Richter. Estos son investigadores científicos, que se supone que adhieren “a los más altos estándares de integridad para la investigación científica”, que miran la misma realidad objetiva pero que llegan a diferentes conclusiones científicas.

¿Cómo puede ser? Después de todo, ¡es ciencia! ¿Puede realmente haber tendencias entre los científicos que afecten sus conclusiones, no solo en las investigaciones sobre las cosas que existen ahora (gaseosas y diabetes) sino también en el estudio de formas de vida que, supuestamente, existieron hace millones, o incluso miles de millones de años?

Esta no es una pregunta nueva. Al escribir sobre la relación entre la iglesia primitiva y la ciencia, David Lindberg expresó lo siguiente: “La verdadera ciencia, puede sostener [un crítico], no debe ser la sirvienta de nadie, sino que debe poseer total autonomía. Por consiguiente, la ciencia ‘disciplinada’ que buscaba Agustín no es ciencia en absoluto. De hecho, este reclamo se equivoca: la ciencia totalmente anónima es un ideal atractivo, pero no vivimos en un mundo ideal. Y gran parte de los desarrollos más importantes en la historia de la ciencia han sido producidos por personas comprometidas no a la ciencia autónoma, sino a la ciencia en servicio de alguna ideología, programa social o fin práctico. Durante la mayoría de su historia, la pregunta no ha sido si la ciencia funcionará como sirvienta, sino a cuál de las señoras servirá”.90

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