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En la medida en que es una ciudad de trabajadores, el desabastecimiento —hasta ahora— no se evidencia en las estanterías vacías de los supermercados que exhiben el agotamiento de bienes, el exceso del consumo y la insolidaridad de la acumulación. Los defectos del sistema capitalista expresados en un instante. Con todo, los tapabocas y el gel antibacterial se han convertido en bienes preciosos y muy escasos. Después de abastecernos abandonamos la ciudad observando a través de las ventanas del carro las muchas personas que todavía están en la calle con tapabocas, otras saliendo de misa y los buses intermunicipales atiborrados de pasajeros que se dirigen a Bogotá. La llegada inevitable de la pandemia transforma a una velocidad inusitada la realidad de la vida cotidiana y los paisajes urbanos usuales se van moldeando con la brutal pincelada del contagio.

Hasta hoy se han detectado 65 casos en Colombia, 180.159 en el mundo y 7.103 muertes2. El miedo a ser transmisor de muerte, unido a la velocidad y facilidad del contagio, ha moldeado respuestas individuales y colectivas hasta hace poco inimaginables. Ciudades y provincias enteras confinadas. El confinamiento de los 60 millones de personas que habitan la provincia china de Hubei, así como el cierre completo de un país como Italia3, muestran poderosamente las distintas escalas del encierro: confinamiento en sus casas, en sus ciudades, en su Estado. El cierre de fronteras ha revitalizado los poderes soberanos del que se creía un Estado-nación fragmentado por los efectos desterritorializadores de la globalización4. Esta nosopolítica5 global otorga poderes a los gobiernos sobre el espacio y los cuerpos que resultarían impensables en la apacible —pero al mismo tiempo violenta— cotidianidad de las ciudades cosmopolitas celebradas por la era de la globalización. A escala del gobierno nacional, se penaliza a aquel que salga a la calle, se prohíben las reuniones y se suspende la vida cotidiana, desde los eventos deportivos hasta la disciplina diaria de los colegios y las universidades. El toque de queda aparece nuevamente en la escena del control social. Quizá en esto la muy criticada —tal vez por aludir a la “invención de la epidemia” — lectura de Agamben sobre el reemplazo del estado de excepción por el estado pandémico como sueño totalitario tenga mucho de razón. El covid-19 es a la ciudad global lo que la peste fue a la emergencia del panoptismo narrado por Foucault.

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