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Cuando tú dices: “el viento sopla hacia el Este”, yo digo: “sí, sopla hacia el Este”; porque no quisiera hacerte saber que mi mente no medita sobre el viento, sino sobre el mar.

Tú no puedes comprender mis pensamientos marinos, ni yo quisiera obligarte a entender a ti. Preferiría estar solo con el mar.

Cuando es de día para ti, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo, incluso así, hablo del mediodía que danza sobre las colinas y de la sombra escarlata que se abre paso sigilosamente por el valle; porque tú no puedes oír los cantos de mi oscuridad ni ver mis alas golpear contra los astros. Yo no quisiera dejarte oír ni ver. Preferiría estar a solas con la noche.

Cuando tú asciendes a tu Cielo, yo desciendo a mi Infierno. Incluso entonces tú me llamas a través del infranqueable abismo: “compañero, mi camarada”, y yo te respondo: “camarada, mi compañero”, porque no quisiera que vieras mi Infierno. La llama quemaría tus ojos y el humo inflamaría tu nariz. Y amo demasiado mi Infierno como para que tú lo visites. Preferiría estar solo en el Infierno.

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