Читать книгу El precio de la democracia онлайн

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Uno, que las donaciones a los partidos políticos y a las campañas están extremadamente concentradas, pues la contribución financiera de los más ricos a la vida política es muy superior a la proporción del ingreso total que representan, incluso en países como Francia, donde el monto de las donaciones está limitado.

Dos, por paradójico e injusto que pueda parecer —al menos a ojos de los ciudadanos comunes, los que parecen beneficiarse con este sistema adaptándose muy bien a él—, la mayor parte de las democracias occidentales han aplicado un sistema de reducción fiscal gracias al cual el Estado subvenciona muy generosamente las preferencias políticas de los más adinerados, lo cual no es el caso para la mayoría de los ciudadanos. En otras palabras, en las democracias de hoy, no sólo una persona no equivale a un voto, sino que los más pobres pagan para que los más ricos puedan asegurarse de que el partido de su elección llegue al poder.

Tres, esta situación está muy lejos de ser políticamente neutra. No resulta sorprendente —o al menos ya estamos habituados a ello—, pero los ciudadanos no contribuyen al azar a los diferentes partidos. Así, los partidos ubicados hacia la derecha en el espectro político tienden, en todos los países, a recibir más donaciones —de individuos o, cuando está permitido, de empresas— que los partidos de izquierda. Cierto es que esta diferencia se compensa, en parte, por el hecho de que los funcionarios electos y los militantes aportan mucho más a sus partidos hacia la izquierda del espectro, pero, a fin de cuentas, los partidos de derecha, en promedio, son mucho más ricos que sus homólogos de izquierda.

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