Читать книгу Cosas que no creeríais. Una vindicación del cine clásico norteamericano онлайн

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El ejemplo más claro lo proporciona Bésame, tonto. En esta película, incluso la prostituta que interpreta Kim Novak parece tener una acendrada conciencia del valor de esas convenciones; lo que se traduce en una sorprendente falta de sentido del humor. Nada más alejado de la alegre inconsciencia amoral que animaba a la protagonista de Irma la dulce. Polly la Bomba (“Polly the Pistol”) es todo lo contrario: demasiado estólida, demasiado antipática para ser una puta; y, al mismo tiempo, demasiado indecente (demasiado tirada, diríamos) para ser la buena chica en apuros que, en el fondo, se supone que es. Aquí Wilder no se hace demasiadas ilusiones sobre el verdadero carácter de estas depositarias ocasionales de una sexualidad desinhibida forjada a medida de las fantasías masculinas: el personaje femenino verdaderamente interesante es la esposa del compositor aficionado Orville J. Spooner. Éste desea vender sus canciones al famoso cantante Dino (Dean Martin), de paso por el pueblo, y contrata a Polly para que, durante una noche, se haga pasar por su propia esposa y ofrezca sus favores sexuales al cantante mujeriego. Desconcertada por los tejemanejes de su marido y ajena a sus intenciones últimas, la mujer termina emborrachándose en el tugurio donde trabaja Polly y durmiendo en la caravana de ésta; donde el desencantado Dino, al volver de su extraña aventura no consumada, la encuentra y la confunde con la afamada prostituta. La honrada esposa sucumbe a los encantos del cantante, de quien ha sido admiradora desde la adolescencia. Y sin remordimientos: después de una noche de amor que intuimos gloriosa y por la que Dino le paga nada menos que quinientos dólares, sigue haciéndose la ofendida con su marido durante días o semanas; hasta que sobreviene el esperado desenlace: Dino canta en televisión una de las canciones de Spooner y éste y su esposa se reconcilian y renuncian a preguntar sobre los hilos ocultos que han conducido a ese resultado. Tal es la clave de la cuestión: no hacer preguntas. Allá cada cual con sus secretos. Y no por cinismo o amoralidad, como frecuentemente se ha dicho al hablar de esta película, sino por algo mucho más hondo y, en cierto modo, trágico: la imposibilidad de explicarnos del todo, de armonizar deseos y realidad, de hacer valer los primeros sin que ésta resulte seriamente comprometida y puesta en cuestión.


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