Читать книгу Como una red. Sermones de Vicent Ferrer онлайн
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Como suele pasar muy a menudo, la clave o sentido de esta pintura ahora quizá enigmática para el hombre del siglo XXI, nos la brinda la leyenda. La leyenda, que es en el fondo la vía por la que el pueblo sencillo ha trascendido y trasciende, siempre de manera intuitiva, los hechos más complejos para asimilar lo medular de la historia, dejó plasmada en esta supuesta visión una valoración positiva del decisivo papel de las órdenes mendicantes de franciscanos y dominicos en la reforma de una Iglesia medieval, corrupta y en descomposición, abocada al desastre de una degradación moral, conminadora de un inminente juicio divino.
En las inverosímiles pero entrañables viñetas, dignas de ser reescritas en quaderna vía, que nos legó el dominico Jacobo de Vorágine en la Leyenda Dorada, obra en la que sintetizó el espíritu de toda la Edad Media, narra el buen fraile la supuesta visión de un franciscano, que contempló en Roma cómo María, gracias a la actuación taumatúrgica y pastoral compartida de los duo viri –o santos varones y compañeros: Domingo y Francisco–, salvaba el mundo de la terrible destrucción provocada por los dardos del hambre, la peste y la guerra, activados por el enojo divino ante los vicios de la humanidad corrompida, en especial la lujuria, la avaricia y la soberbia, tan bien representados en las tres mujeres alegóricas del cuadro. Poeta del hermano sol, la hermana agua y la hermana muerte corporal, el santo de Asís, idealista enamorado de la naturaleza y predicador de la fraternidad universal, revolucionó, con su alegre banda de hippies avant la lettre, seguidores de la pobreza voluntaria, el sistema de valores de la burguesía medieval. Por otra parte, Domingo de Osma, castellano de pura cepa, supo crear una disciplinada y eficacísima hueste de hombres sabios, dedicados por antonomasia a combatir la herejía y la ignorancia religiosa, con las armas del estudio y de la predicación. Abocadas a un curioso proceso osmótico-mimético de competición mutua y de adaptación al medio ambiente, ambas órdenes perdieron pronto su original pulso renovador, para acabar siendo asimiladas por el marasmo general de la sociedad de su tiempo.