Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн
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Al final de los años noventa todavía tenía la intención de hacer frente al menos a dos generaciones precedentes a la mía que habían sido testigos (al menos la primera, directamente implicada) y habían escrito sobre el fascismo como deber moral y civil y que asimismo habían puesto en marcha el vivo debate entre las escuelas interpretativas; de ellas, afirmaba, me alejaba la edad, pero aun así me habían influido a través de la formación, la tradición y la cultura.
Diez años después ya me sentía libre de ellas. El panorama político había cambiado. Dos cuestiones estaban en el centro de la nueva síntesis de historia social que quería hacer. La primera, de manera similar a la formulada por Burleigh y Wippermann, concernía a la relación entre modernidad y antimodernidad que caracterizaba la ideología y la práctica de los regímenes fascistas. El nacimiento del fascismo también parece dictado por una modernidad política que pretendía conseguir profundas transformaciones, pero que estaba en contradicción con una retórica reaccionaria que se fue consolidando con el tiempo a causa de los compromisos y del enfriamiento del radicalismo inicial del primer movimiento fascista laico y subversivo. El resultado fue el intento frustrado del régimen de detener las tendencias ya presentes en el país: industrialización, urbanización, migraciones internas, malthusianismo, emancipación femenina y redención de las clases subalternas, concretamente las campesinas. El proyecto fascista terminó colocándose a contracorriente con respecto a lo que ocurría en la mentalidad, los hábitos y la cotidianidad de los italianos, surgiendo una resistencia pasiva y a menudo inconsciente ante los dictámenes y el sistema impuestos por el régimen. El fascismo ejercitó un esfuerzo inútil por cambiar estas transformaciones de largo plazo, cayendo en contradicción y obteniendo, a pesar de ello, resultados parciales que influyeron a medio plazo, mucho más allá de su conclusión, en la historia del país: entre la historia de Italia y la historia del fascismo hay conexiones profundas que deben estar constantemente bajo observación. El libro tiene una tesis de fondo que se desarrolla en los capítulos centrales, precedidos y concluidos por dos capítulos que orientan al lector menos maduro en la contextualización del periodo histórico. La tesis es que el fascismo, a pesar de todos los esfuerzos coercitivos y propagandísticos, ni modificó radicalmente ni interrumpió las tendencias que ya se estaban desarrollando en la sociedad italiana. Sí que impuso políticas, sobre todo en los años que precedieron a la Gran Depresión, orientadas a reformar procesos y remediar carencias. Fue el principio del Estado social, pero no de una ciudadanía social, porque excluyó a quienes no respondían o no se adecuaban a su visión de la sociedad. Creó un Estado paternalista y clientelar que encontró en el Partido Fascista su mejor agente. Nacionalizó a los italianos más y mejor de cuanto lo había hecho anteriormente el Estado liberal, pero les impuso una idea unívoca de comunidad nacional que los llevó a aceptar y a participar incluso activamente en políticas, acciones y agresiones nacionalistas, racistas y xenófobas. El régimen no siempre tuvo éxito en sus políticas sociales: por ejemplo, aun practicando políticas de incremento demográfico y de ruralización, no logró impedir que los núcleos familiares se modificasen según las nuevas necesidades y las nuevas economías, ni que la población italiana disminuyese y abandonase la montaña y el campo para desplazarse a la llanura y la ciudad. Así pues, hemos considerado los largos procesos de transformación de la sociedad italiana prestando atención a los agentes, como las legislaciones; las ideas, como la de nacionalidad; las relaciones, entre generaciones y géneros; la economía en la gestión de los recursos humanos y la demografía y el territorio geográfico.