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Bolonia, diciembre de 2016
I. SALIR DE LA GUERRA, ENTRAR EN EL FASCISMO
SALIR DE LA GUERRA
El fascismo conquistó el poder rápidamente: transcurrieron cuatro años desde el final de la Gran Guerra hasta la prueba de fuerza, celebrada más tarde como la Marcha sobre Roma, que el 28 de octubre de 1922 llevó al nombramiento del líder del movimiento, Benito Mussolini, como jefe del Gobierno. Concluía una época caracterizada por intentos revolucionarios y contrarrevolucionarios, violencia civil y política y complejas reconstrucciones territoriales, económicas y morales de las que pocos países europeos habían quedado inmunes. Italia, pues, no vivió una experiencia aislada, ni mucho menos anómala, con respecto a otras naciones; pero en aquellos años dio origen a un nuevo experimento de gobierno a través de una fuerza política que representaba, en el laboratorio italiano, la expresión de las nuevas derechas europeas. En el continente, la represión de las corrientes revolucionarias que se inspiraban en la experiencia del Consejo Ruso había tenido lugar de manera tradicional a través de una intervención militar o mediante «cuerpos francos» relacionados con las unidades regulares del ejército. Una vez derrotadas las izquierdas revolucionarias, el poder político volvió a las oligarquías tradicionales, como en Hungría y Polonia, o a una clase dirigente que, como en el caso de la Alemania weimariana, procuró restablecer en la arena política modalidades parlamentarias y democráticas. En cambio, la experiencia italiana fue original y duradera: el movimiento contrarrevolucionario se instaló en el poder, poniendo a su favor la vasta alianza entre fuerzas conservadoras y de la derecha tradicional, y convirtió progresivamente el sistema liberal parlamentario en una dictadura personal y de partido. Además, modificó el orden económico, asegurándose el apoyo de los centros financieros y empresariales gracias a la creación de fuertes monopolios que garantizaban el capital privado en un mercado privilegiado y protegido, en el interior y hacia el exterior, y sin conflictividad sindical. Estos factores hicieron de la experiencia fascista una novedad en la historia italiana con respecto a las decisiones autoritarias adoptadas por parte de las clases dirigentes después de la Unificación, así como un modelo para exportar al ámbito europeo.