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Pese a que hoy por hoy reconocemos una múltiple influencia del pensamiento griego en nuestra cultura, se ha dicho que: “en conjunto la presente crisis en la ciencia moderna apunta a la necesidad de llevar a cabo una revisión de sus principios hasta los estratos más profundos. Esto constituye, pues, un nuevo incentivo para plantear una vez más el retorno a un estudio asiduo del pensamiento griego” (Schrödinger, 2006, p. 34); lo cual fortalece lo que otros helenistas, filólogos y filósofos han observado.

Por otra parte, no podemos plantear, ciertamente, un regreso lineal e idílico al pensamiento antiguo, porque simplemente sería improcedente, y hay que reconocerlo: el tiempo no puede retrotraerse y debemos en cambio mirar hacia el futuro. Pero sí que podemos nutrir nuestro pensamiento contemporáneo con lo que sea actual y necesario para nuestras problemáticas cada vez más refinadas, emplazando un diálogo perpetuo con la tradición clásica.

La Antigüedad constituye un preclaro antecedente de lo que hoy somos en gran medida, sus enfoques son aún vigentes en muchos casos y de cara a las nuevas teorías no dejan de aportar un impulso en la investigación científica y en su interlocución permanente. La cultura griega es realmente “una historia que todos nosotros nos hemos visto prendidos en ella, al tiempo que ella misma se ha ido haciendo parte de nosotros” (Guthrie, 1993, p. 8), como piedra angular de la cultura Occidental. Volver a considerarla con seriedad, como Hegel recomienda, sería un deber, por eso “lo que pretendo defender es la necesidad de resituar la razón en su historia griega” (Martínez de la Escalera, 1997, p. 176).

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