Читать книгу La censura de la palabra. Estudio de pragmática y análisis del discurso онлайн

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Pues bien, pocos años después de su aprobación, la Sedition Act (1798) –condicionada por las noticias llegadas de la Francia revolucionaria– condenaba escribir, imprimir, proferir o publicar escritos escandalosos o maliciosos contra el Gobierno de los Estados Unidos, el Congreso o el presidente.ssss1 Y es que censurar no constituye algo excepcional, lo verdaderamente extraordinario es que se hable o se escriba sobre muchos asuntos solo pensando en los posibles destinatarios y sin temer una prohibición o un castigo por ello. De hecho, actualmente padece una censura oficial (§ 1.4.1) buena parte de la humanidad y tampoco es una situación ajena a las personas que viven en los países democráticos.ssss1 Más todavía, el escritor John M. Coetzee (2007 [1996]: 23) nos advierte de que mientras que en la década de 1980 los intelectuales compartían la opinión de que lo deseable era el menor número posible de restricciones legales a la expresión, en la actualidad, conforme ha pasado el tiempo, hay voces que defienden sanciones contra todo aquello que consideran ofensivo.ssss1


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