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… Cuando no anda de ronda por las calles de Lima, lee y escribe.

Escribía en una máquina que parecía de juguete y que, cuando la guardaba en su estuche, parecía un acordeón para niños, me dice Rita Moreno. Y lo que escribía eran cartas, porque al terminar doblaba los papeles y los colocaba en sobres de correo.

Un gordo en la oficina postal de Petit-Thouars lo ve todas las mañanas. Está de pie junto a la puerta antes de que abran la oficina, somnoliento, bostezando, legañoso. (El gordo, no él. Él llega minutos después, hace cola, despacha su carta). Rita jura haber leído más de una vez el dorso de esos sobres, en el restaurante del hostal, después del desayuno.

El nombre del destinatario también era George Bennett, dice Rita: se enviaba cartas a él mismo, a una especie de cárcel-manicomio en Estados Unidos.

DIARIO, 24 de agosto de 2015

… George se fue de Maine a los dieciocho, cuando le faltaban semanas para acabar la secundaria. La historia de sus padres es oscura, angustiante, implica tijeras. Toda su infancia la pasó en la misma casa, en la calle McKeen, en Brunswick, dos horas y media al norte de Boston. En la casa había un sótano y en el sótano estaba la colección de tijeras de su padre. La colección de cámaras antiguas y la colección de libros de poesía estaban en el ático de la cochera. En el ático nunca murió nadie pero en el sótano sí: un muchachito apuñalado en 1980. Durante la década siguiente, viajó por los países en los que alguna vez vivió su padre. Después llegó a Lima…


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