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ALCIBÍADES. —Así me gusta; por lo menos tendré el placer de oír lo que tú tienes que decirme.
SÓCRATES. —Respóndeme. Tú te preparas, como dije antes, para presentarte dentro de pocos días en la Asamblea de los atenienses, para comunicarles tus luces. Si en aquel acto te encontrase y te dijese: —Alcibíades, ¿con motivo de qué deliberación te has levantado a dar tu dictamen a los atenienses? ¿Es sobre cosas que sabes tú mejor que ellos? ¿Qué me responderías?
ALCIBÍADES. —Te respondería sin dudar, que es sobre cosas que yo sé mejor que ellos.
SÓCRATES. —Porque tú no puedes dar buenos consejos, sino sobre cosas que tú sabes.
ALCIBÍADES. —¿Cómo es posible darlos sobre lo que no se sabe?
SÓCRATES. —¿Y no es cierto, que tú no puedes saber las cosas, sino por haberlas aprendido de los demás, o por haberlas descubierto tú mismo?
ALCIBÍADES. —¿Cómo se pueden saber las cosas de otra manera?
SÓCRATES. —Pero ¿es posible que las hayas aprendido de los demás o encontrado por ti mismo, cuando no has querido ni aprender nada, ni indagar nada?