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EUDICO. —De seguro que, si haces alguna pregunta a Hipias, no tendrá ninguna dificultad en contestarte. ¿No es cierto, Hipias, que responderás a Sócrates, si te pregunta? O si no, ¿qué harás?
HIPIAS: —Me equivocaría grandemente, si acostumbrado como estoy a ir siempre desde Elide, mi patria, a Olimpia, en medio de la asamblea general de los griegos, cuando se celebran los juegos, y presentarme en el templo para hablar sobre la materia que se quiera, de las que yo llevo preparadas para probar mi ciencia, o bien para responder a todo lo que quieran preguntarme, me negara hoy a contestar a las preguntas de Sócrates.
SÓCRATES. —Dichoso tú, Hipias, si a cada olimpiada te presentas en el templo con el alma tan llena de confianza en tu propia sabiduría, y me sorprendería mucho que hubiese un atleta que se presentase en Olimpia para combatir con la misma seguridad y contando con las fuerzas de su cuerpo, como cuentas tú, según dices, con las del espíritu.
HIPIAS. —Si tengo buena opinión de mí mismo, no es sin fundamento, Sócrates; porque desde que comencé a concurrir a los juegos olímpicos, no he encontrado ningún adversario que me haya aventajado.