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Los autores verificaban en su propio cuerpo cortes diversos, automutilaciones o autoelectrocutaciones, rociándose con la sangre que brotaba de las heridas. Se utilizaron también animales vivos que eran sacrificados en escena para luego bañarse en su sangre o fundirse con su carne y vísceras. Se llevaron a cabo rituales orgiásticos o prácticas sexuales violentas, donde se verificaban simulaciones de mutilaciones genitales o violaciones. El dolor producido actuaba como un mecanismo de liberación y catarsis, al defender la vertiente dionisíaca de la existencia humana, reprimida por la sociedad austriaca de postguerra, al tiempo que dirigían sus críticas hacia los valores oficiales que esta misma sociedad prodigaba en los terrenos religioso, moral y político.

La puesta en escena sigue guiones propios de los rituales religiosos ancestrales. El hecho de vestir con sayales sacerdotales refuerza la idea de rito. Cada acción era concebida por uno de los miembros o bien por varios. En ocasiones las acciones no llegaron a representarse en público. Se hacían en lugares privados o ante un pequeño círculo de espectadores. La filmación o el material fotográfico quedaban como testimonio. Los estudiosos del movimiento hacen parangón entre la práctica pictórica tradicional y el activismo vienés, al señalar que los pinceles se convierten en cuchillos, el lienzo en cuerpo humano y el pigmento en sangre.

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