Читать книгу La transición española. Una visión desde Cataluña. Tomo I онлайн

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Barcelona era una ciudad relativamente tranquila envuelta en aquello que se llamó el «porciolismo», en honor del carismático alcalde, donde la burguesía catalana y la clase acomodada colaboraron con el régimen franquista; incluso algunos personajes que tuvieron gran protagonismo posterior en la Asamblea provenían de un pasado con actitudes confusas, como Agustí de Semir, que de concejal falangista del Ayuntamiento de Barcelona llegó a recalar en la oposición próxima al PSUC; o la de Felip Solé i Sabarís, médico y oficial falangista durante la Guerra Civil, que fue posteriormente destacado miembro de la Taula Rodona en 196666. No obstante, la característica más notable de aquel tiempo fue el deterioro significativo en la gestión pública, que aceleró el descontrol y la corrupción en los ayuntamientos y que en su vertiente urbanística provocó el desastre ecológico que supuso una falta de planificación razonable, efecto que en muchas zonas del país aún padecemos. Masías, bosques, restos históricos, arqueológicos y edificios modernistas, todo desaparecía a favor del cemento y el desarrollo incontrolado. Sin embargo, y quizás como reacción social a ese desvarío, fue donde nació el germen del nuevo movimiento urbano de los años sesenta, que supuso el incremento de protagonismo de las nuevas asociaciones de vecinos, más beligerantes y exigentes con la administración pública, editando boletines y revistas de información local. Los centros parroquiales, los curas-obreros, JOC, Cáritas Diocesana y otras asociaciones vinculadas a la Iglesia católica se organizaron, mientras que en la izquierda obrera clandestina se fueron gestando las llamadas Comisiones Obreras de Barrio (CC.OO.):


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