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La mujer se frota los ojos. ¿Está llorando?

—Qué mono.

—Mmm —murmura el hombre—. ¿Y a qué te dedicas?

—Soy camarero en un bar que pertenecía a mi abuelo hasta que murió hace cinco años.

—¿Y qué harías con el dinero si ganas el concurso?

—Pagaría todas las deudas hipotecarias del bar. Y lo que sobrase me lo gastaría en cerveza y en un séquito.

La asaltacunas me mira como si quisiese devorarme mientras se da golpecitos en el labio con el boli. Creo que le molo. Noto la química entre nosotros.

Le sonrío de oreja a oreja.

—Es coña. Bueno, solo lo último.

—Lo quiero —salta de pronto, como si no pudiese contenerse más.

—Pero si es… —El bigotudo de los cojones se tapa la boca con la mano para que no me entere de lo que murmura. Es probable que le esté advirtiendo de que soy una bomba de relojería y de que les voy a traer problemas. Y no se equivoca.

—¡Me da igual! Es perfecto. Mira qué cara, qué ojos. Es el tipo perfecto. Nuestro objetivo demográfico se volverá loco por esa cara.

El objetivo demográfico: las mujeres.

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