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La complejidad de la época de Nicolás I (1825-55)

Nicolás asciende al trono inesperadamente. Nadie le había enterado de que su hermano Alejandro lo tenía designado para sucesor en lugar del otro hermano, Constantino. Y cuando le comunican que ésta es la voluntad del difunto, se resiste un tiempo a aceptarla. Sin ambiciones de poder, entiende que debe mantener una fuerte autocracia frente a la revolución y el liberalismo, y al mismo tiempo ejercer un gobierno paternal en bien de su pueblo.

Se enfrentará a la corrupción e incompetencia de la burocracia rusa. Su autocracia era más sinceramente religiosa que la común de los despotismos ilustrados del XVIII y que la de los políticos legitimistas de la Santa Alianza. Desea que la religión sea más la clave de la nación rusa. En lugar de una Iglesia, más o menos afectada por la Ilustración del XVIII y por los utopismos de Alejandro I, promueve una Iglesia “más ortodoxa”, de mayor pureza doctrinal y mejores conductas.

Se produce entonces un gran renacimiento del monacato. Sus monjes –“los ancianos” o starstsy– , de ejemplar vida ascética, son las figuras más carismáticas de la ortodoxia rusa. Realizaron un gran servicio espiritual por toda la nación, y a ellos acudirá toda clase de gentes, incluidos escritores famosos e intelectuales, en busca de guía. Así mismo, proseguían las tradicionales peregrinaciones a templos con reliquias de santos.

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