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Así la vida de la Iglesia y la de todos los cristianos está orientada hacia la Misa como a su centro.
Y después de nuestra entrega con Cristo a Dios Padre en el Sacrificio, la entrega de Cristo a nosotros en el Sacramento. Dios vivo se nos da con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. «Quien come mi Carne vivirá por mí», «el Pan que yo daré es mi Carne para la vida del mundo». El mundo necesita a los cristianos, y los necesita ofrecidos y generosamente entregados y distribuidos con Cristo.
Nuestra vida así tendrá forma de Misa, y en ella podremos tener eficazmente «los mismos sentimientos que tenía Cristo»: la gloria de Dios y la santificación y salvación de los hombres.
Que, como pide el autor de este pequeño gran libro, la gracia se vuelque sobre los que quieran aprovechar sus experiencias vividas para encenderse en el amor de Cristo al pie del altar de ese Dios Padre nuestro, que llena de alegría nuestra juventud, una juventud siempre esperanzada y estrenada cada día ante la grandeza del Sacrificio Santo.