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Por su parte, a la vista del fuerte tirón de la segunda mitad del siglo xx, hay que pensar en la compartida capacidad de esos países del sur de Europa para asimilar los impulsos al crecimiento provenientes del exterior: flujos comerciales y capitales y tecnología extranjeros, además de las rentas generadas por la salida de emigrantes hacia los mercados de trabajo centroeuropeos y de turistas provenientes mayoritariamente de esa misma Europa occidental-atlántica.
3.ª La tercera nota interpretativa que debe extraerse del panorama comparado expuesto es, en consecuencia, la imposibilidad de tener a la experiencia española por atípica en el marco europeo. La trayectoria española es, dicho de otra forma, una trayectoria plenamente europea, y su «normalidad» –como lo contrario de «anomalía»– hay que subrayarla frente a cualquier pretensión de encontrar supuestos elementos radicalmente específicos o del todo singulares. También a estos efectos, en suma, España, que es un país de la Europa mediterránea, comparte y ha contribuido a modelar las principales señas de identidad del conjunto continental.