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Pero más que esos elementos diferenciadores, sobresalen pautas comunes en la trayectoria de los cuatro países del Sur de Europa que ahora se están considerando. Los cuatro han presentado, a lo largo de la industrialización, niveles de renta por habitante inferiores a la media de ese otro conjunto de países formado por Alemania, Francia y Gran Bretaña. Para los cuatro el siglo xix es, a grandes trazos, un siglo desaprovechado para reducir distancias respecto de los países más adelantados en el despliegue de la modernización económica. Y los cuatro –España, Italia, Portugal y Grecia– se sumarán a la enérgica onda expansiva posterior a la Segunda Guerra Mundial, con un escalonamiento entre ellos que no hace sino reproducir la graduación en los respectivos niveles de crecimiento; es decir, Italia es el primero en participar de esa expansión posbélica, España sigue después, con un decenio de 1960 que reproduce en muchos aspectos el italiano de 1950, y Portugal y Grecia, entrelazadas, cierran la marcha (véase de nuevo el gráfico 1). Suficientes similitudes, en resumen, como para abonar la consideración de una variante mediterránea sudoccidental o meridional-periférica de industrialización –por utilizar los términos equivalentes empleados por unos u otros autores–, dentro del patrón general de desarrollo económico europeo.

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