Читать книгу Morir sin permiso онлайн

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Nació en agosto de 1977. A sus casi cuarenta y dos años, sabía que le quedaba lo mejor por vivir. No tenía ninguna prisa para que llegase alguien a su vida, no buscaba nada; se limitaba a vivir y a esperar algo que volviera a dar sentido a su vida. Era un hombre equilibrado, alegre, amigo de sus amigos, y también sabía envolverse en su soledad. Ella, la soledad, cuando era buscada, era una sensación muy gratificante para él.

Aunque tenía un perfil abierto en Facebook, no era persona que gastase demasiado tiempo en utilizarlo. Sí que era verdad que alguna vez compró algún libro desde ahí. Era curioso, el autor, al que compró alguno de sus títulos, primero le hacía llegar el ejemplar y después, una vez que lo tenía en la mano y siguiendo unas sencillas instrucciones, pagaba el importe del libro mediante ingreso bancario a una cuenta posteriormente proporcionada. Óscar pensaba que tendría que irle bien, ya que había vendido con ese método más de cincuenta mil ejemplares de toda su obra.

Tenía todo el fin de semana por delante. Era viernes,y se había propuesto tener un par de días de lo más relajado. Le había llamado Alberto para, el sábado por la tarde, echar una partida de mus en el bar de siempre, pero se disculpó y declinó la oferta. Lo bueno de jugar al mus con los amigos del instituto era que gastaban media tarde en contar batallitas de la época de estudiantes. Lo malo, que cuando bebían demasiado se ponían muy cansinos. A Óscar nunca le gustó fumar o beber, así que le tenían catalogado como el raro del grupo. Tampoco iba a discotecas, no le gustaba ver a la gente pasada de vueltas a las tantas de la noche. Prefería ir al Café Continental, situado en la calle Empecinado. Era el lugar apto para poder conversar o debatir. Un lugar decorado al estilo de aquellos cafés de principios del siglo XX que había en las capitales de provincia. Aquellas mesas imitando el mármol, las sillas de madera antigua, la opacidad en su iluminación, hacían del local un sitio idóneo para tomar algo mientras se merendaba y se mantenía una interesante conversación. De hecho, al día siguiente se encontraría con Felipe, un compañero de trabajo, para tomar un café y charlar sobre cuáles eran los procedimientos donde fallaba, o al menos podría mejorar de forma ostensible.

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