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Hoy en día los tiempos han cambiado. Las culturas han evolucionado. El hombre mismo se ha ido transformando.

Actualmente, el evangelio no resulta atractivo para el europeo promedio, un individuo secularizado que difícilmente reconoce la existencia de Dios. Sin embargo, no fue en vano lo que se hizo en el pasado: “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Ecl. 11:1).

El crecimiento espiritual de aquellos países donde se esparció la semilla es palpable. La cosecha está madura. Las pequeñas capillas de la selva se han transformado en iglesias. Y de las estaciones misioneras resultaron escuelas, academias e instituciones médicas.

Los frutos, claro, también incluyen vidas transformadas: no son pocos los predicadores religiosos que han surgido de esos campos misioneros tan distantes de nuestras latitudes. Así, se continúa un círculo virtuoso: los mismos predicadores traen a la memoria de los europeos los valores cristianos que décadas atrás les fueron enseñados.

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