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Pues, no.

En realidad, si aceptas seguirme en este corto viaje hasta el final, te aseguro que la recompensa valdrá la pena. Puede que incluso te conmueva profundamente la belleza del carácter de Dios y te asombre la extraordinaria genialidad del texto bíblico. Incluso si encuentras aburrida a primera vista la pregunta anterior, te prometo que el tiempo que vamos a pasar juntos no te aburrirá en lo más mínimo.

En primer lugar, debes saber que esta pregunta ha desafiado a los estudiantes de la Biblia durante casi dos mil años. No es una nuez fácil de romper. Los eruditos en teología siempre han estado intrigados y desconcertados por este tema. Y es fácil ver por qué. Apoyándose en la premisa bastante convincente de que la Biblia llama a Cristo “el Hijo de Dios”, diversas voces han surgido a lo largo de la historia de la iglesia, insistiendo en que, para llevar con propiedad un título como ese, él no podría preexistir sin un punto de comienzo, ni podría coexistir eternamente junto a un Dios de quien es “Hijo”. La lógica, insisten, impide que un hijo coexista cronológicamente desde siempre con su padre.

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