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Al salir de la sesión, generé una mirada muy diferente frente al tema, ya que no solamente aparecía una “inocente víctima”, sino que esta vivía conforme, resignada, casi con una dependencia o mutualismo con la rabia, que había aprendido a vivir con ella como parte de mi existir, así que definitivamente el espacio de coaching en donde encontré este tema, transformó por completo la forma como venía viendo lo que sentía, así que comencé a preguntarme ¿El trabajo con la rabia que había desarrollado, no había sido suficiente? ¿El haber viajado al pasado a reconocer y comprender que existió un niño maltratado, permitía hoy encarar de una manera más positiva y madura la rabia? ¿El exceso de fuerza y de injusticia trabajados, daban la oportunidad de comprender que los aprendizajes de estos dos maestros permitían desarrollar competencias de autocuidado y valor por el otro? ¿La rebeldía y la no conciencia de seguridad habían quedado claras y exploradas? ¿De verdad, había trabajado en lo que debía trabajar? Pues llegué a la conclusión de que sí hice un excelente trabajo, llegué a reconocer y revaluar lo sucedido, aprendí en una primera instancia que los recursos con los que fui educado no eran míos, sino de mis padres y que con ellos hicieron todo lo que les fue posible para entregarme lo mejor y, desde allí, que en mi adultez yo escogiera con qué recursos me quedaba, cuales cedía y cuales incorporaba para construir una mejor versión de mí, además de entender que solo había quitado el seguro de una puerta que se abría a infinitas posibilidades de ser un mejor hombre. Pude volver a ver ese niño temeroso, solitario e indefenso que aceptó una disculpa, un perdón y una compañía, que junto con el adulto, se encontraron con el joven que perdió un rumbo en las banalidades de la vida, buscando aceptación en grupos que solo querían vivir cortos espacios de vida al extremo, y lo tomaron de la mano para decirle que no estaba solo, que esa figura de víctima que asumía allí para justificar sus actos, fue útil para ese momento, era la forma de llamar la atención, de pedir que lo vieran, de la mano le decían que no tenía que avergonzarse, que estaba usando sus recursos aprendidos para seguir, pero que definitivamente no estaba solo, que el primer paso era aceptar lo que sucedía, que podía dejarlo a su lado y después de honrar esa danza con Dionisio, podía, como un todo, seguir adelante en su vida tomado de la mano con el adulto y el niño; así comprendí que esa unidad era la fórmula reconocida y colocada en un renovado Rafael.

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