Читать книгу Incursiones ontológicas VII онлайн
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Es el tercer día de la segunda conferencia del programa Avanzado de Coaching de Newfield Consulting, Alberto Wang, instructor de Bioenergética, da la instrucción de golpear la cama o el sofá en donde estemos con las dos manos, y lo que comienzo a sentir es cómo una energía extraña y poderosa se apropia de mis brazos, una energía llena de rabia, odio, molestia, una rabia que si hoy puedo darle un nombre, podría decir a gritos que esta se llama “aniquilar”; doy el primer golpe y mis brazos están cargados, tienen sed de desahogarse; segundo golpe, este sale dos veces más fuerte que el primero, tercero, cuarto, comienzo a golpear como si nunca le hubiera pegado a algo, los cojines saltan, la tela se estira y encoje, apenas puede hacerlo, dada la velocidad con la que le pego a la cama, y es aquí, en la efervescencia de este movimiento que comienzan a salir unas lágrimas gigantes, cargadas, aglomeradas, llenas de un dolor que se había alojado allí por mucho tiempo, lágrimas liberadoras, dicientes, honestas, lágrimas que comenzaron a fluir con un sollozo fuerte de mi parte, que tímidamente insinuaba a decir ¡Basta!, ¡Ya no más! Lo siguieron los gritos que se podían escuchar en lo más recóndito de ese hotel, donde decidí alojarme para poder cerrar la conferencia, y ahí, en ese preciso momento, en el que en un mágico instante de mi boca salió con un grito exacerbado algo como: ¡Esta violencia no es mía!, así que a partir de este momento la fuerza, la rabia, la molestia, todo lo que me estaba empujando, cesó, frenó, se fue; la fuerza en los brazos radicalmente disminuyó y de un solo movimiento, mis brazos y cabeza cayeron a la cama, sin nada más que hacer; el trabajo estaba hecho, la violencia, golpes, maltratos, gritos y todo lo que había vivido de niño había sido expuesto, había salido a la realidad del adulto que, desde ese momento, declaraba: ¡Esa violencia no es mía!. Fue así como Ana Murillo, en el momento que se lo expongo en el espacio de compartir la experiencia, completa la frase, dejándola como una gran declaración de vida, ¡Esa violencia no es mía, la energía sí! Y quedo así, abierta y expuesta, amorfa y completa, pero iniciada, queriendo ser complementada con nuevas formas de explorar lo allí sentido, quizás desde ese momento comenzaron a generarse en mí nuevas oportunidades para verme y mostrarme, de encontrar en mi cuerpo nuevas corrientes de emociones y sensaciones que iniciaban un camino de compañía para entender un poco más cuál era ese dolor en mi existencia.