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Quisiera recoger lo expuesto acá con algo que me ha dado muchas vueltas últimamente en la cabeza, dado que en mi ámbito laboral se ha evidenciado una fuerte y rotunda competencia por mostrarme y anular al otro, estar presente y dejar de un lado lo que el otro diga, ubicándome en la situación de afectado y no consultado para, de igual manera, deslegitimar lo que otro haga, anulando la capacidad de construir en equipo, algo que he expuesto en mis últimas sesiones de coaching y que, si lo analizo como un todo, puedo armar una gran unidad con todo lo que he venido comentado.
En esas ganas de ser el mejor, de ir por la vida con la arrogancia de eliminar, anular, lastimar y defenderme, cuando llega un crítica o comentario sobre lo que hago – de nuevo llega el espacio donde siento que están vulnerando mi lugar –inmediatamente comenzaba a justificar los errores del otro, atacar sus incompetencias, justificar su falta de hacer las cosas, bien entrando por cualquier punto para no pararme desde la responsabilidad y también aceptar mis errores; esto, claramente me llevaba al límite de ser grosero, violentar, transgredir y eliminar al otro, hacerlo pequeño; al final de todo esto, y sabiendo que me había equivocado, me iba a justificar lo sucedido por cómo fue la aproximación del otro, mas no como yo lo había realizado – y llega de nuevo la víctima con dolor, tristeza y miedo -, al haber conseguido el objetivo de justificar mi error y habiendo eliminado al otro, aparece la arrogancia, prepotencia, el que ahora aparecía con el pecho adelante, con la cabeza erguida y la moral en alto, pero sin darse cuenta que había dejado atrás a otro ser humano, lo había menos preciado y no validado como quedaba, construyendo en las directivas de la empresa la noción de conflictivo, competitivo y poco proximal a los clientes desde una forma más amable, constructiva y más orientada a conciliar – mi amigo el justo medio, el equilibrio que he venido reconociendo -.