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TRATADO TERCERO

Canción segunda

Amor, que en la mente me habla de mi dama con gran deseo, frecuentemente me trae de ella cosas

que el intelecto acerca de ellas desvaría.

Su hablar suena tan dulcemente,

que el alma que la escucha, y que tal oye dice: «¡Ay, triste de mí! ¡Que yo no puedo decir lo que oigo de mi dama!»

Cierto que he de dejar ya por el pronto,

si he de hablar de lo que decir la oigo,

lo que a entender no alcanza mi intelecto, y de lo que comprende

gran parte, que decirla no sabría.

Mas si mis rimas no tuvieran defecto,

en cuanto a la alabanza que hagan de ella,

cúlpese de ello al débil intelecto,

y al habla nuestra, que no tiene fuerza para copiar cuanto el amor le dicta.

No ve ese sol, que en torno al mundo gira, cosa tan gentil, sino en la hora

en que luce en la parte en donde mora la dama, de quien amor hablar me hace. Todo intelecto de allá arriba mírala,

y la gente que aquí se enamora

en sus pensamientos la encuentra aún, cuando amor deja sentir su paz.

Su ser tanto complace a Aquel que se lo dio, que infunde siempre en ella su virtud,

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