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XII

Como se ha dicho, la imperfección de las riquezas no sólo se ve en su indiscreto advenimiento, mas también en su peligroso acrecimiento, y por eso, en lo que se puede ver de su defecto, sólo de ello hace mención el texto, al decir aunque guardadas, no solamente no dan tranquilidad, sino que dan más sed, y le hacen más insuficiente y falto. Y en este punto se ha de saber que las cosas defectuosas pueden tener sus defectos de modo que a primera vista no aparezcan; mas, so pretexto de perfección, se esconde la imperfección, y pueden tener aquéllos de tal manera al descubierto, que claramente se vea la imperfección a primera vista. Y aquellas cosas que de primeras no muestran sus defectos son más peligrosas, por lo que muchas veces no puede uno guardarse de ellas, como vemos en el traidor, que a la vista se muestra amigo, de modo que hace que se tenga fe en él, y so pretexto de amistad encierra el defecto de la enemistad. Y de este modo las riquezas son peligrosamente imperfectas en su acrecimiento, porque posponiendo lo que prometen, traen lo contrario. Prometen siempre estas falsas traidoras, reunidas en cierto número, hacer al que las reúne pago de todo deseo, y con esta promesa conducen la humana voluntad al vicio de la avaricia. Y por esto las llama Boecio peligrosas en el de Consolación, al decir: «¡Ay, quién fue el primero que, descubriendo los pesos de oro y las piedras que querían esconderse, excavó preciosos peligros!» Prometen las falsas traidoras, si bien se mira, satisfacer toda sed y toda falta y aportar saciedad y bastanza. Y hacen esto al principio a todos los hombres, afirmando su promesa con cierto acrecimiento de su cantidad, y luego que están reunidas, en lugar de saciedad y refrigerio, dan sed al pecho, febril e intolerable, y en lugar de saciedad, aportan nuevo límite, es decir, deseo de mayor cantidad, y con él, grande temor y cuidado de lo adquirido. De modo que, verdaderamente, no tranquilizan, sino que dan más cuidados, los cuales sin ellas no se tenían. Y por eso dice Tulio en el Tratado de la Paradoja, abominando las riquezas: «Yo en ningún tiempo dije que entre las cosas buenas y deseables estuvieran sus dineros ni sus magníficas mansiones, sus señoríos ni sus alegrías, de las cuales están muy agobiados, puesto que veía a los hombres que cuanto más abundaban en riquezas más deseaban. Porque nunca se sacia la sed del deseo ni se atormentan sólo por el deseo de aumentar las cosas que tienen, sino que también les da tormento el temor de perderlas». Y todas estas palabras son de Tulio, y en el libro que he dicho escritas están. Y para mayor testimonio de esta imperfección, he aquí a Boecio, que dice en el de Consolación: «No cesará de llorar el género humano, por más que la diosa de las riquezas le dé tantas cuantas arenas devuelve el mar turbado por el viento, o cuántas son las estrellas que en el cielo relucen!» Y como más testimonios se han menester para probar tal, dejamos a un lado cuanto claman contra ellas Salomón y su padre, y asimismo Séneca, principalmente escribiendo a Lucilo, Horacio, Juvenal, y en fin, cuanto todos los poetas y cuanto la Divina Escritura clama contra estas falsas meretrices, llenas de defectos; y póngase atención para tener fe de ojos, solamente a la vida de quienes van tras ellas, cuán seguros viven cuando las han reunido, cómo se satisfacen y descansan. ¿Y qué otra cosa pone en peligro y mata la ciudad, los campos y los individuos cuanto amontonar más después del algo? El cual amontonamiento menos deseos descubre, al logro de los cuales nadie puede llegar sin injuria. ¿Y qué otra cosa se proponen medicinar una y otra razón, quiero decir, la canónica y la civil, sino el deseo que, aumentando riquezas, aumenta a su vez? Cierto que asaz lo manifiestan una y otra razón si se leen sus comienzos, es decir, los de sus escritos. ¡Oh, cuán manifiesto es, más que cosa alguna, que, al aumentar aquéllas, son imperfectas, ya porque de ellas no puede originarse sino imperfección, una vez guardadas. Y esto es lo que el texto dice.

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