Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Siguió un período de felicidad exquisita, aunque muy breve. No tardaron en surgir los sinsabores. Sir Walter, al enterarse del romance, no dio su consentimiento ni dijo si lo daría alguna vez; pero su negativa quedó de manifiesto por su gran asombro, su frialdad y su declarada indiferencia respecto de los asuntos de su hija. Consideraba aquella unión degradante; y Lady Russell, a pesar de que su orgullo era más templado y más perdonable, la tuvo también por una verdadera desdicha.
¡Ana Elliot, con todos sus títulos de familia, bella e inteligente, malograrse a los diecinueve años; comprometerse en un noviazgo con un joven que no tenía para abonarle a nadie más que a sí mismo, sin más esperanzas de alcanzar alguna distinción que la que proporcionan los azares de una carrera de las más inciertas, y sin relaciones que le asegurasen un ulterior encumbramiento en aquella profesión! ¡Era un desatino que sólo pensarlo la horrorizaba! ¡Ana Elliot, tan joven, tan inexperta, atarse a un extraño sin posición ni fortuna; mejor dicho, hundirse por su culpa en un estado de extenuante dependencia, angustiosa y devastadora! No debía ser, si la intervención de la amistad y de la autoridad de quien era para ella como una madre y que tenía sus derechos podían evitarlo.