Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Pero la señora Clay hablaba tan animadamente con la señorita Elliot, que no oyó la pregunta.

-No tengo idea de a quién puede usted referirse, Shepherd; no recuerdo a ningún caballero residente en Monkford desde los tiempos del viejo gobernador Trent.

-¡Caramba, qué fastidio! A este paso pronto voy a olvidar mi propio nombre. ¡Un nombre con el que estoy tan familiarizado! Conozco al señor como conozco mis propias manos; lo he visto cientos de veces; recuerdo que en una ocasión vino a consultarme acerca de un atropello de que le hizo víctima uno de sus vecinos: un labriego que entró en su huerto saltando por la tapia, para robarle unas manzanas y que fue cogido in fraganti. Luego, contra mi parecer, el hecho fue resuelto por amigables componedores. ¡Qué cosa más rara!

Se hizo una pausa y Ana apuntó:

-¿Se refiere usted al señor Wentworth? Shepherd se deshizo en alardes de gratitud.

-¡Wentworth! ¡Claro que sí! Al señor Wentworth me estaba refiriendo. Tuvo el curato de Monkford, ¿sabe usted, Sir Walter?, durante dos o tres años. Vino hacia el año 5, eso es. Estoy seguro de que lo recuerdan ustedes.

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