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-¿Y quién es ese almirante Croft? -preguntó Sir Walter en tono de frío recelo. El señor Shepherd le informó que pertenecía a una familia de caballeros y nombró el lugar de donde eran naturales. Siguió una breve pausa y Ana agregó: -Es un contralmirante. Estuvo en la batalla de Trafalgar y pasó luego a las Indias Orientales, donde permaneció, según creo, varios años.

-Si es así, doy por descontado -observó Sir Walter- que tiene la cara anaranjada como las bocamangas y cuellos de mis libreas.

El señor Shepherd se dio prisa en asegurarle que el almirante Croft era un hombre sano, cordial y de buena presencia; algo atezado, naturalmente, por los vendavales, pero no demasiado; un perfecto caballero en sus principios y costumbres y nada exigente en lo tocante a las condiciones. Lo único que quería era tener una vivienda cómoda lo antes posible; sabía que tendría que pagarse el gusto y no se le ocultaba que una casa lista y amueblada de aquel modo le costaría una buena suma, por lo que no se extrañaría que Sir Walter le pidiese más dinero. Preguntó por el propietario y dijo que le gustaría presentarse, desde luego, aunque sin insistir sobre este punto. Agregó que a veces tomaba una escopeta, pero que nunca era para matar. En fin, se trataba de todo un caballero.

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