Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Después de una breve pausa, Shepherd se aventuró a decir:

-En todos estos casos hay costumbres establecidas que lo allanan y facilitan todo entre el dueño y el inquilino. Sus intereses, Sir Walter, están en muy buenas manos. Puede estar usted tranquilo; me cuidaré muy bien de que ningún nuevo habitante goce de más derechos de los que le correspondan en justicia. Me atrevo a insinuar que Sir Walter Elliot no pone en sus propios asuntos ni la mitad del celo que pone Juan Shepherd.

Al llegar a este punto, Ana terció:

-Creo que los marinos, que tanto han hecho por nosotros, tienen los mismos derechos que cualquier otro hombre a las comodidades y los privilegios que todas las casas pueden proporcionar. Debemos permitirles el bienestar por el que tan duramente han trabajado.

-Muy cierto, en efecto. Lo que dice la señorita Ana es muy cierto -apoyó el señor Shepherd.

-¡Ya lo creo! -agregó su hija.

Pero Sir Walter replicó poco después:

-Esa profesión tiene su utilidad, pero lamentaría que cualquier amigo mío perteneciese a ella.

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