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La oposición de Sir Walter a mudarse a otra casa de aquellas vecindades estaba fortalecida por una de las más importantes partes del programa que tan bien acogida fuera al principio. No sólo tenía que dejar su casa, sino verla en manos de otros, prueba de resistencia que temples más fuertes que el de Sir Walter habrían sentido excesiva. Kellynch Hall sería desalojado; sin embargo, se guardaba sobre ello un hermético secreto; nada debía saberse fuera del círculo de los íntimos.

Sir Walter no podía soportar la humillación de que se supiese su decisión de abandonar su casa. Una vez el señor Shepherd pronunció la palabra “anuncio”, pero nunca más osó repetirla. Sir Walter abominaba de la idea de ofrecer su casa en cualquier forma que fuese y prohibió terminantemente que se insinuase que tenía tal propósito; sólo en el caso de que Kellynch Hall fuese solicitada por algún pretendiente excepcional que aceptase las condiciones de Sir Walter y como un gran favor, consentiría en dejarla.

¡Qué pronto surgen razones para aprobar lo que nos gusta! Lady Russell en seguida tuvo a mano una excelente para alegrarse una enormidad de que Sir Walter y su familia se alejasen de la comarca. Isabel había entablado recientemente una amistad que Lady Russell deseaba ver interrumpida. Tal amistad era con una hija de Shepherd que acababa de volver a la casa paterna con el engorro de dos pequeños hijos. Era una chica inteligente, que conocía el arte de agradar o, por lo menos, el de agradar en Kellynch Hall.

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