Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-No tanto, Sir Walter -exclamó la señora Clay-; eso es demasiado severo. Un poco de compasión para esos pobres hombres. No todos hemos nacido para ser hermosos. Es cierto que el mar no embellece, y que los marinos envejecen antes de tiempo; lo he observado a menudo; pierden en seguida su aspecto juvenil. Pero ¿acaso no sucede lo mismo con muchas otras profesiones, tal vez con la mayoría? Los soldados en servicio activo no acaban mucho mejor; y hasta en las profesiones más tranquilas hay un desgaste y un esfuerzo del pensamiento, cuando no del cuerpo, que raras veces sustraen el aspecto del hombre de los efectos naturales del tiempo. Los afanes del abogado consumido por las preocupaciones de sus pleitos; el médico que se levanta de la cama a cualquier hora y que trabaja, llueva, truene o relampaguee; y hasta el clérigo... - se detuvo un momento para pensar qué podría decir del clérigo- y hasta el clérigo, ya sabe usted, que se ve en la obligación de acudir a viviendas infectas y a exponer su salud y su físico a las injurias de una atmósfera envenenada. En otras palabras, estoy absolutamente convencida de que todas las profesiones son a la vez necesarias y honrosas; sólo los pocos que no necesitan ejercer ninguna pueden vivir de un modo regular, en el campo, disponiendo de su tiempo como se les antoja, haciendo lo que les da la gana y morando en sus propiedades, sin el tormento de tener que ganarse el pan. Como digo, esos pocos son los únicos que pueden gozar de los dones de la salud y del buen ver hasta el máximo. No conozco otro género de hombres que no pierdan algo de su personalidad al dejar atrás la juventud.

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