Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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-En otra ocasión, señor. Muchas gracias, pero no ahora.

-Bien, cuando a usted le convenga. Puede recorrer cuanto guste. Ya encontrará nuestros paraguas colgando detrás de la puerta. Es un buen lugar, ¿verdad? Bien -recobrándose-, usted no creerá que éste es un buen lugar porque ustedes los guardaban siempre en el cuarto del criado. Así pasa siempre, creo. La manera que tiene una persona de hacer las cosas puede ser tan buena como la de otra, pero cada cual quiere hacerlo a su manera. Ya juzgará usted por sí misma, si es que recorre la casa.

Ana, sintiendo que debía negarse, lo hizo así, agradeciendo mucho.

-¡Hemos hecho pocos cambios, en verdad! -continuó el almirante, después de pensar un momento-. Muy pocos. Ya le informamos acerca del lavadero, en Uppercross. Esta ha sido una gran mejora. ¡Lo que me sorprende es que una familia haya podido soportar el inconveniente de la manera en que se abría por tanto tiempo! Le dirá usted a Sir Walter lo que hemos hecho y que mister Shepherd opina que es la mejora más acertada hecha hasta ahora. Realmente, hago justicia al decir que los pocos cambios que hemos realizado han servido para mejorar el lugar. Mi esposa es quien lo ha dirigido. Yo he hecho bien poco, con excepción de quitar algunos grandes espejos de mi cuarto de vestir, que era el de su padre. Un buen hombre y un verdadero caballero, cierto es, pero... yo pienso, señorita Elliot -mirando pensativamente-, pienso que debe haber sido un hombre muy cuidadoso de su ropa, en su tiempo. ¡Qué cantidad de espejos! Dios mío, uno no podía huir de sí mismo. Así que pedí a Sofía que me ayudara y pronto los sacamos del medio. Y ahora estoy muy cómodo con mi espejito de afeitar en un rincón y otro gran espejo al que nunca me acerco.

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