Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Entonces miss Baker soltó un «¡Por supuesto!» tan inesperado que me sobresalté: eran las primeras palabras que pronunciaba desde que yo había entrado en la habitación. Aquello la sorprendió tanto como a mí, evidentemente, porque bostezó y con una serie de movimientos ágiles y rápidos se puso de pie.
—No puedo moverme —se quejó—. Llevo tumbada en ese sofá desde que tengo uso de razón.
—A mí no me mires —replicó Daisy—. Llevo toda la tarde intentando llevarte a Nueva York.
—No, gracias —dijo miss Baker, a la vista de los cuatro cócteles que llegaban de la cocina en aquel preciso instante—. Estoy en pleno periodo de entrenamientos.
Su anfitrión la miró incrédulo.
—¡Entrenamientos! —Tom se bebió el cóctel como si fuera una gota en el fondo de un vaso—. No entiendo cómo consigues lo que consigues.
Miré a miss Baker, preguntándome qué sería lo que conseguía. Disfrutaba mirándola. Era una chica delgada, de pechos pequeños, que andaba muy derecha, algo que acentuaba echando los hombros hacia atrás como un cadete. Los ojos, grises, irritados por el sol, me correspondieron con igual curiosidad desde una cara triste, simpática, insatisfecha. Entonces me di cuenta de que la había visto antes en alguna parte, en persona o en una foto.