Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—Usted vive en West Egg —sentenció con desprecio—. Conozco a uno de allí.

—Yo no conozco a una sola…

—Tiene que conocer a Gatsby.

—¿Gatsby? —preguntó Daisy—. ¿Qué Gatsby?

Antes de que pudiera contestarle que era mi vecino, fue anunciada la cena; entrelazando fuerte y perentoriamente su brazo con el mío, Tom Buchanan me arrastró fuera de la habitación como si moviera una pieza en un tablero de ajedrez.

Delgadas y lánguidas, con las manos posadas sin peso en las caderas, las dos jóvenes nos precedieron en el porche rosa, abierto a la puesta de sol, donde, sobre la mesa, un viento apacible hacía temblar la luz de cuatro velas.

—¿Por qué velas? —protestó Daisy, frunciendo las cejas. Las apagó con los dedos—. El día más largo del año será dentro de dos semanas —nos miró radiante—. ¿No os pasáis el año esperando la llegada del día más largo y luego, cuando llega, ni os dais cuenta? Yo me paso el año esperando la llegada del día más largo y cuando llega ni me doy cuenta.

—Tenemos que planear algo —bostezó miss Baker, sentándose a la mesa como si se metiera en la cama.

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