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—No lo pueden coger, compañero. Es listo.

Insistí en pagar la cuenta. Cuando el camarero me dio el cambio, descubrí a Tom Buchanan al fondo del local abarrotado.

—Acompáñame un momento —dije—. Tengo que saludar a alguien.

Tom nos vio, se levantó y dio unos pasos hacia nosotros.

—¿Dónde te has metido? —preguntó con calor—. Daisy está furiosa porque no nos has llamado.

—Le presento a mister Gatsby, mister Buchanan.

Se estrecharon la mano brevemente, y la cara de Gatsby adoptó una expresión de incomodidad y tensión que yo no le conocía.

—¿Dónde te has metido? —insistió Tom—. ¿Cómo se te ha ocurrido venir a comer tan lejos?

—He venido a comer con mister Gatsby.

Me volví hacia Gatsby, pero ya no estaba.

Un día de octubre de 1917… (dijo Jordan Baker aquella tarde, sentada muy derecha en una silla del café al aire libre del Hotel Plaza)… iba dando un paseo, por la acera y por el césped. Me gustaba más el césped porque tenía unos zapatos ingleses con tacos de goma en las suelas que se hundían en la tierra blanda. Y tenía una falda escocesa nueva que se levantaba un poco al viento a la vez que en todas las casas se tensaban las banderas rojas, blancas y azules y decían tut-tut-tut-tut con tono de desaprobación.

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