Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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«No fuiste muerta, pero estás perdida, alma nuestra que tanto te lamentas», dice un gentil espíritu de amor;
porque esa hermosa dama que tú sientes, tu propia vida ha trastrocado tanto,
que tienes miedo de ella, tan cobarde te has vuelto. Mírala cuán piadosa y cuán humilde,
cuán es sabia y cortés en su grandeza:
piensa, por tanto, en llamarla dama; pues que, si no te engañas, has de ver de tan altos milagros el adorno,
que dirás: «Amor, señor verdadero,
he aquí tu esclava, haz cuanto te plazca».
Canción creo yo que serán pocos
los que entender bien sepan tu lenguaje, tan obscura y trabajosamente lo dices;
de aquí que si por caso te acaeciera que te hallases delante de personas
que no creas que la hayan entendido, ruégote entonces que te consueles diciéndoles dilecta canción mía:
Considerad siquier cuán soy hermosa.
I
Ya que, hablando a manera de proemio, me ministro, mi pan está suficientemente preparado en el Tratado precedente, el tiempo pide y clama por que mi nave salga de puerto. Por lo cual, dirigido el timón de la razón al rumbo de mi deseo, lánzome al piélago con la esperanza de hallar camino suave y laudable puerto de salvación al fin de mi cena. Pero, a fin de que sea más provechoso mi alimento, antes de que llegue el primer manjar, quiero mostrar cómo se debe comer.