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Mi primer impulso fue investigar las maneras en que las exportaciones chinas se habían abierto camino rápidamente en el mercado norteamericano tras el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. De la noche a la mañana, en 2003, China hizo que México bajase un puesto en su clasificación como socio comercial de los EE. UU., y la exportación de insumos intermedios manufacturados chinos tanto hacia México como hacia los EE. UU. desplazó a productos y productores en ambos mercados. ¿Fue este solo un fenómeno singular relacionado con el estatus de nación más favorecida obtenido por China en la OMC? En violación de las normas de la OMC, México respondió con la imposición de aranceles de cuatro dígitos a más de 1.000 importaciones chinas, pero la medida tuvo escaso efecto. ¿Se estaba convirtiendo China en un miembro de facto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sin que importaran los esfuerzos de México por cerrarle el paso con altos aranceles? Tales preguntas podían haber sido apremiantes en ese momento, pero las casas editoriales más importantes las consideraron demasiado estrechas. Había que pensar en temas mayores, dijeron todos.

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