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Saltemos ahora siete años hacia adelante. A consecuencia de la crisis financiera global (CFG) de 2008-2009, este cuadro se había ampliado considerablemente. En primer lugar, con una breve interrupción durante la CFG, se hizo evidente que, desde el año 2003, se había venido produciendo el mayor superciclo de materias primas, impulsado por la creciente necesidad de China precisamente de aquellos productos que algunos países en América Latina poseían en abundancia, como cobre, mineral de hierro, petróleo crudo, grano de soya y harina de pescado. Dada la escasez en China de recursos naturales, estas materias primas resultaban esenciales para impulsar a niveles nunca vistos el ambicioso modelo chino de manufactura basado en exportaciones. En segundo lugar, aunque América Latina ingresó al nuevo milenio con un nivel anémico de crecimiento, la demanda de China por materias primas de la región ayudó a impulsar el crecimiento promedio anual para la región en su conjunto entre el año 2003 y el fin del auge, ocurrido en 2013, hasta en un 4,8 por ciento: casi el doble de su tasa histórica de crecimiento. En tercer lugar, aunque la mayor parte de América del Sur se recuperó rápidamente de la CFG, los países de América Central y del Norte apenas estaban sobreviviendo. Las importaciones chinas habían inundado los mercados de México y de América Central, pero estos países no tenían gran cosa que China quisiera comprarles como contrapartida. Los déficits comerciales en Norteamérica se convirtieron en la imagen especular y contrapuesta de los superávits comerciales que se acumulaban en Sudamérica.

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