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Sobre mi travesía hasta este trabajo

La mayor parte de mi vida estuve disociada de mi cuerpo de forma parcial o total. Aunque entendía dónde estaba mi cuerpo físico en el espacio al hacer cosas como caminar o participar en actividades físicas, la idea de que podía estar conectada con la tierra y establecer una residencia real en mi cuerpo no se me ocurrió hasta que tuve unos veinte años.

Cuando me gradué de la universidad, empecé a darme cuenta de manera consciente de lo sensible que era. Comencé a entender que no sentía que mi cuerpo fuera seguro; no se sentía como un lugar en el que pudiera sentirme realmente como en casa. Me protegí a mí misma como consecuencia de mis sensibilidades. Esa protección se reflejaba en que escapaba de mi cuerpo o estaba en cualquier otra parte que no fuera este, y también implicaba que bloqueaba secciones de mi cuerpo o que me cerraba en una armadura o me blindaba como mecanismo para lidiar con la vida. En ese momento carecía de las habilidades para gobernar mis sensibilidades y, en consecuencia, me sentía abrumada por ellas. Cuando estamos así, nos alejamos de nuestros cuerpos y quedamos desconectados. Nos cerramos. No reconocemos quiénes somos y empezamos a odiar partes de nuestro cuerpo a medida que se distancian cada vez más de nosotros.

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