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En un par de manzanas había una cola de tres manzanas.
En una intersección, un Chevrolet Six verde oscuro se detuvo detrás de Mason, y cuando el conductor se dio cuenta del mal momento en que se encontraba, empezó a tocar el claxon. Mason le hizo una señal para que pasara, pero siguió sin dejar de ladrar. Entonces Stone redujo la velocidad para facilitarle el adelantamiento. Nada.
Quizás había un novato al volante del camión que no cedía, agarrotado por el miedo a cometer un error el primer día y ganarse una bronca. Al enésimo toque furioso del claxon, Mason trató de distinguir la cara del dueño del Chevy en el espejo retrovisor. La sombra del sombrero de fieltro que llevaba se lo impedía, pero aún podía distinguir una barbilla bien afeitada y un par de mejillas hundidas. Un chirrido de neumáticos delante de él le obligó a soltar y frenar. El camión había chocado contra el bordillo. El impacto hizo que la carrocería se balanceara tanto que un lado del camión se levantó del suelo.
Cuando Stone redujo la velocidad, el conductor del camión aceleró para mantener al paquidermo en pie. Si fallaba, Mason habría sido aplastado por la carga. Cuando el camión se elevó sobre él, puso la marcha atrás. Inmediatamente, un doble juego de luces altas parpadeó en el espejo retrovisor: el hombre del Chevrolet verde gesticulaba furiosamente e instaba a Mason Stone a seguir adelante. Mientras tanto, el intento del conductor del camión había hecho que el tren de neumáticos de la derecha se estrellara contra el pavimento. La estructura se embarcó con determinación.