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Naya entró, ignoró la comida y tomó asiento junto a Sasha. Le entregó a Sasha una carpeta. “Artículos sobre el accidente. Mira el que está marcado”.

Sasha hojeó las impresiones hasta que llegó a una marcada con una bandera roja adhesiva. Era del Pittsburgh Tribune-Review, el más conservador de los dos diarios de la ciudad. Siguiendo la gran tradición de los periódicos locales, su cobertura del evento se centraba en el ángulo regional. Había una barra lateral en la que se describía que Hemisphere Air era una empresa de Pittsburgh, con sede en South Hills, y un artículo más largo en el que se enumeraban las víctimas conocidas del accidente que tenían vínculos, aunque fueran tenues, con el oeste de Pensilvania.

Naya había destacado una víctima cuya conexión no era en absoluto tenue: un obrero municipal jubilado llamado Angelo Calvaruso, que vivía en el barrio de Morningside, en Pittsburgh, había estado en el vuelo siniestrado. La breve información biográfica decía que había sido contratado recientemente como consultor por Patriotech, una empresa de Bethesda, Maryland, y que le sobrevivían su esposa, Rosa, cuatro hijos y cuatro nietos.

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