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Ocho cabezas asintieron con su comprensión. Kaitlyn abrió la boca, probablemente para disculparse, pero Sasha no le dio la oportunidad. “Naya Andrews será la asistente legal en este caso”.

Naya, que seguía al teléfono, se giró ligeramente y lanzó al grupo un signo de paz. O los cuernos del diablo. Desde este ángulo, Sasha no estaba del todo segura de cuál era, y, conociendo a Naya, supuso que eran igualmente probables.

“Naya es un tremendo recurso y tenemos suerte de tenerla en nuestro equipo. Tenemos que utilizar su tiempo sabiamente. Cualquier tarea para Naya debe pasar por mí. Si lo apruebo, puedes pedirle a Naya que lo haga. Por otro lado, si Naya te pide que hagas algo, debes suponer que ya lo ha hablado conmigo y ponerte a ello”.

Sasha esperaba que todos hubieran captado el subtexto. No debían darle a la asistente legal ninguna tarea de mierda o trabajo ocupado (o peor aún, recados personales que hacer) y no debían darle gato por liebre si les pedía que hicieran algo. A pesar de la advertencia, Sasha esperaba que al menos uno, probablemente dos, de los abogados sentados a la mesa violaran las sencillas instrucciones. Y que el cielo ayude al que lo haga; Naya no perderá tiempo en enderezar al infractor y le dedicará unas cuantas bromas sobre su aspecto, su aliento o sus elecciones de moda.

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