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Para todos en general, pues como decía al principio todos podemos errar, pero tenemos la suerte de poder volver a encontrar el camino correcto. En esto seguimos siendo libres al menos.

ALEGORIA DE LA CUEVA

El camino, sinuoso y estrecho, lleva directamente a la entrada de la cueva. Cuando uno llega, siente que está entre dos mundos: hacia fuera se extiende el mundo material y físico que podemos definir como tangible; más allá de la boca de entrada nos encontramos ante un universo espiritual donde se puede soñar sin necesidad de cerrar los ojos. Penetrar en una cueva poseedora de arte paleolítico es hacerlo en un santuario y, a la vez, en una biblioteca. Un lugar de lectura donde el lector no encontrará libros, un lugar sacro donde el posible adepto no encontrará sacerdotes.

Al dar los primeros pasos, recorremos recovecos donde nuestros padres descansaban, otros donde se comunicaban o se fusionaban físicamente perpetuando así nuestra existencia e incluso habrá abrigos rocosos, dentro de esa misma cueva, donde sufrían y lloraban. Esta sensibilidad es la que empuja a nuestros antepasados a transmitir y difundir arte en lo más profundo de la cueva, allá donde la humedad hace casi imposible morar.

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