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Siguieron así durante varias horas. Los caballos, exhaustos, frenaron. Ávero se agachó para ayudar a que Will desmontara. Norah estaba a su lado para agarrarlo. Luego, los caballos se alejaron para comer y descansar. Norah acercó a Will a un árbol y lo ayudó a sentarse. Estaba muy débil. La chica se acercó a los caballos y cogió el agua, quedaba menos de la mitad, así que la llenó y se la acercó a Will. Mientras este bebía recogió unas moras y fresas silvestres y se las acercó para que comiera. Se alejó del lugar y volvió al cabo de un rato con un ramo de flores amarillas y azules.

— ¿Qué estás haciendo? ¡No me toques, deja la herida! – dijo Will con las pocas fuerzas que le quedaban.

— Estate quieto. No eres el único que sabe cosas. – le contestó mientras machacaba las flores entre sus manos haciendo una especie de emplasto. – Levanta la camisa.

Will obedeció, no estaba en posición de retarla más. Sintió agua caer por la herida y se estremeció. Vio como Norah le limpiaba la herida con un trozo de tela de la manga de su vestido y luego le ponía el emplasto en ella. Ya no escocía. Se quedó mirando para ella.

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